La apuesta de los Fundadores
de los Estados Unidos de América*
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William P. Barr, Attorney General**
Traducción de
Ann Mc Carthy Zavala y Xavier Zavala Cuadra.
Hoy, me gustaría presentarles algunos pensamientos sobre la libertad religiosa, tema prioritario en la presente Administración y en este Departamento de Justicia.
Nuestro Departamento ha establecido un equipo compuesto de oficinas con intereses en el tema, incluyendo la Solicitor General's Office, la Civil Division, la Office of Legal Counsel y otras. Nos reunimos periódicamente y estamos atentos a casos en todo el país en los que los Estados discriminan a las personas con Fe porque interpretan mal la Establishment Clause, o a casos en los que los Estados pasan leyes que atentan contra la práctica de libertad de religión.
La centralidad de la libertad religiosa ha gozado de un fuerte consenso en los Estados Unidos desde su Fundación.
El imperativo de proteger la libertad de religión no fue un simple gesto de aprobación a la religiosidad popular, sino consecuencia de que los fundadores creían que la religión era indispensable para nuestro sistema de gobierno en libertad. James Madison, en su famoso folleto Memorial and Remonstrance Against Religious Assessments, describió la libertad de religión como un "derecho de los hombres" y un "deber para con Dios"; un deber que precede a cualquier disposición de la sociedad civil, tanto en el orden del tiempo como en el grado de obligación.
Han pasado 230 años desde que aquel pequeño grupo de colonos, interesados en leyes, encabezó una revolución y comenzó lo que llamaban gran experimento: una sociedad nueva, fundamentalmente diferente de las que habían existido antes. Escribieron un magnifico documento para la libertad —la Constitución de los Estados Unidos— que establece un gobierno limitado mientras deja con amplia libertad al "Pueblo", para que haga su vida como individuos libres o como personas libremente asociadas con otras. "Salto cuantitativo" en libertad, fuente de un progreso humano sin precedentes tanto para los habitantes de los Estados Unidos como para el mundo.Pero esta forma nuestra de sociedad libre fue puesta a prueba severamente en el siglo XX. Ya existía la duda de si una democracia, tan solícita de la libertad individual como la nuestra, podría resistir el embate de un estado fuertemente totalitario. La respuesta fue un resonante "sí puede", cuando los Estados Unidos derrotaron al fascismo primero y al comunismo después. Pero en el siglo XXI estamos enfrentando un reto enteramente diferente; precisamente el reto que los Padres Fundadores anticiparon podría llegar a ser nuestra prueba suprema como sociedad libre. Ellos no creían que el peligro principal vendría de fuera, en cambio temían que vendría de dentro porque no sabían si seríamos capaces de ser libres a largo plazo, no sabían si los ciudadanos de una sociedad tan libre tendrían la disciplina moral y las virtudes necesarias para la supervivencia de instituciones libres.
Herederos de la tradición cristiana clásica y prácticos hombres de estado, sabían que los hombres son capaces de hacer el bien y de hacer el mal. Por capaces del mal, los hombres, como individuos, deben aprender a controlar ellos mismo sus poderosas pasiones; como sociedades, los hombres deben disponer de medios para frenar la rapacidad individual. Sin embargo, depender del poder coercitivo del gobierno para poner freno a los abusos lleva, inevitablemente, a un gobierno que controla demasiado y el país termina sin libertad, con tiranía. Al revés, la falta de frenos efectivos termina en algo igualmente peligroso, el libertinaje, el incontrolado seguimiento de apetitos personales a costa del bien común, otra forma de tiranía en la que el individuo es esclavo de sus apetitos.
Edmund Burke resumió todo esto con su lenguaje típicamente espontáneo: "Los hombres califican para vivir en sociedad civil en la medida en que están dispuestos a poner controles a sus apetitos... Una sociedad no puede existir sin que en algún lugar opere un poder controlador; cuanto menos opere ese poder desde dentro, más tendrá que operar desde fuera. La constitución eterna de las cosas ordena que los hombres con mente incontrolada no puedan ser libres. Sus pasiones funden sus cadenas." Por tanto, los Fundadores apostaron a la suerte, y llamaron "gran experimento" a su apuesta. Su jugada consistió en dar amplia libertad al "Pueblo", limitar el poder coercitivo del gobierno y depositar su confianza en la virtuosa auto-disciplina de los ciudadanos. En palabras de Madison: "Hemos apostado nuestro futuro a la habilidad de cada uno de nosotros para gobernarnos a nosotros mismos".
Cuando decimos "auto-gobierno", pensamos en estas palabras de Madison. "Auto-gobierno" no es la mecánica por la cual elegimos un cuerpo legislativo para que nos represente. Más bien es la capacidad de cada individuo para enriendarse y gobernarse a sí . Pero, de ¿dónde viene este poder de controlarnos interiormente?
En esta república en libertad, el orden social fluye hacia arriba desde el pueblo mismo —desde el pueblo obediente a los dictados de los valores morales que posee internamente y de los que participa comunalmente. Ahora bien, para que estos valores morales penetren en los caprichosos seres humanos, dotados de infinita habilidad para justificarse a sí mismos, es necesario que estén asentados en la piedra firme de una autoridad independiente de las voluntades de los hombres. Esta autoridad independiente y trascendente es la autoridad del Ser Supremo.
En breve, desde el punto de vista de los Fundadores, un gobierno en libertad era posible y sostenible solamente si el pueblo era religioso, es decir, si el pueblo creía en un orden moral trascendente, anterior al estado y anterior a leyes hechas por hombres; es decir, era posible si el pueblo tenía la disciplina para controlarse a sí mismo de acuerdo a ese orden moral trascendente. Como dijo John Adams, "nuestro gobierno no está equipado para lidiar con pasiones humanas que no han sido controladas por la moral y la religión. Nuestra Constitución fue hecha exclusivamente para un pueblo moral y religioso y es totalmente inadecuada para cualquier otro." John Courtney Murray S. I. observó más recientemente que en los Estados Unidos no creemos que "un gobierno libre sea inevitable, sólo creemos que es posible y que esa posibilidad puede llegar a ser realidad cuando el pueblo, en su conjunto, se gobierna internamente por el orden moral universal."
¿Cómo promueve la religión la disciplina moral y las virtudes indispensables para un gobierno en libertad?
La generación de los fundadores era cristiana. Creía que el sistema moral judeo-cristiano era el verdadero, el adecuado a la naturaleza humana: sus preceptos comienzan con los dos grandes mandamientos, "ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo". También creía que este sistema moral incluye la Ley Natural: el orden con el que Dios creó su creación, el orden que Dios dejó impreso en su creación. Nuestra razón es capaz de descubrir ese orden en la naturaleza de las cosas y, al descubrirlo, sabemos distinguir el bien del mal independientemente de lo que humanamente queremos.
Aunque la moralidad es como el manual de instrucciones de Dios para el mejor funcionamiento de la sociedad, para los laicistas modernos es una superstición más de los curas aguafiestas. De ahí el ataque creciente a la religión que todos hemos experimentado en los últimos 50 años. Hemos visto la erosión permanente del sistema moral judeo-cristiano tradicional. Hemos visto el avance de la secularización y de la doctrina del relativismo moral. Las consecuencias de esta embestida son nefastas para cualquier observador honesto.
Los hijos ilegítimos eran 8% en 1965. En 1992, cuando yo era Attorney General por primera vez, eran 25%. Hoy es más del 40% y, en muchas zonas urbanas, anda en 70%. Junto al naufragio de la familia, sabemos de niveles records de depresiones y de enfermedades mentales, de jóvenes alienados, de suicidios juveniles, de epidemia de drogas (70.000 muertos cada año, más cada año que durante toda la Guerra en Vietnam).
Sin prestar atención a estas sus consecuencias, el laicismo sigue en marcha, incluso con más fuerza. Entre sus militantes están los que se llaman "progresistas" (y uno se pregunta ¿dónde está su progreso?); ellos aseguran que ya estamos en la era post-cristiana, aunque no explican con qué sistema moral sustituyen al sistema judeo-cristiano; les oímos hablar de "valores humanos", pero su expresión no parece contener más que sentimentalismos con resabios cristianos.
Sin embargo, hay quienes ven, con esperanza, las lecciones de la historia porque en el pasado las sociedades han sabido superar sacudidas morales como la nuestra. Igual que el cuerpo humano, las sociedades parecen tener mecanismos de auto-sanación. Cuando el caos moral toca extremos, las personas decentes se rebelan. Es la idea de que el péndulo siempre vuelve.
Pero estamos enfrentados ahora a algo diferente, a algo que impide el regreso del péndulo.
El primer impedimento es la potencia, el arrebato, la totalidad del asalto. Han puesto en pie de guerra a todas las fuerzas de la comunicación social, a todas las fuerzas de la cultura popular, a todas las fuerzas de la industria del entretenimiento, a todas las fuerzas del mundo académico. Es la guerra de destrucción organizada contra la moral y la religión. Con palabras crueles dejan a los disidentes primero en ridículo, para después ahogarlos en el silencio. La ironía de este asalto es que se ha transformado en guerra religiosa, tiene fervor de religión, tiene incluso inquisición y excomulga.
El segundo impedimento es el poder y la omnipresencia de nuestra cultura popular —poder y omnipresencia en alta tecnología— que nos lleva a un nivel de distracción e inconsciencia sin precedentes, modo nuevo de apostasía.
El tercer fenómeno moderno, que impide el regreso del péndulo, es que los mecanismos sociales de auto-corrección están siendo suplantados por actuaciones del Estado que evitan o alivian las consecuencias desagradables del mal moral y que convierten al Estado en facilitador de la inmoralidad: ante el aumento de embarazos fuera del matrimonio, el Estado legaliza el aborto; ante la adicción a las drogas, el Estado ofrece jeringas esterilizadas; ante la desintegración de la familia, el Estado toma el papel de padre de los hijos sin padre, y de esposo de las mujeres solteras.
Interesantemente, la idea del Estado, como aliviador de las tristes consecuencias del mal, ha dado lugar a un nuevo sistema moral que va de la mano con la secularización: podemos llamarlo macro-moralidad y es la moralidad cristiana invertida. El cristianismo enseña micro-moralidad: transforma el mundo partiendo de la moral de cada persona. En la macro-moralidad, el bien se mide por compromisos públicos, compromisos con causas que dicen resuelven problemas sociales. En la macro-moralidad la salvación se gana en marchas de protesta.
El cuarto fenómeno moderno, que impide el regreso del péndulo, es el uso de la ley como arma, como ariete destructor de la religión y la moralidad. El arma puede estar en manos del poder legislativo o del poder judicial que "interpreta judicialmente". El resultado es que la irreligión y los valores seculares están siendo impuestos a las personas con fe. Se pretende forzar a personas con fe, incluidas órdenes religiosas católicas, a violar sus creencias religiosas, con planes de seguro que incluyen anticonceptivos y abortivos.
Para mí, la amenaza más fuerte a la libertad de religión está en los colegios y escuelas convertidos en blanco del asalto. Esta amenaza tiene especial trascendencia porque trasmitir la fe a los hijos es el más preciado ejercicio de fe para quien tiene fe; además, trasmitir la fe a los hijos es el mejor regalo y la mayor expresión de amor a los hijos. Que el gobierno entorpezca este ejercicio de fe, de madres y padres con fe, es monstruosa violación a la libertad de religión. Sin embargo, allí es donde está concentrada la batalla. Veo tres frentes en esta batalla.
El primer frente tiene que ver con el contenido de la educación. Muchos estados están adoptando programas incompatibles con los principios tradicionales, los principios con los que los padres quieren educar a sus hijos. A las familias no se les ofrece alternativa.
Un segundo frente afecta el financiamiento para la educación. Se trata de normas estatales que impiden a centros religiosos recibir fondos originalmente disponibles a todos. El propósito de estas normas es que los padres y sus hijos abandonen los centros religiosos y vayan a los laicos.
El tercer frente es el de recientes esfuerzos para forzar a las escuelas religiosas a abdicar de su fe y aceptar la ortodoxia laica con interpretaciones legales.
Aunque no pretendo sugerir que carecemos de esperanza, sí sugiero que no es posible sentarnos a esperar a que el péndulo regrese a la sanidad.
Como católicos, tenemos un compromiso con las creencias judeo-cristianas que hicieron grande a este país. Para promover la renovación de esas creencias, lo primero es que nosotros las pongamos en práctica en nuestras vidas. Sólo transformándonos nosotros mismos transformaremos el mundo. Duro trabajo. Es difícil resistir a las seducciones constantes de nuestra sociedad. Necesitamos oración, la ayuda de nuestra Iglesia, la Gracia.
Mirando hacia adelante, tenemos que ponerle más énfasis a la educación moral de nuestros hijos. Educación no es entrenamiento vocacional. Educar es guiar a nuestros hijos hacia el reconocimiento de que hay verdad; ayudarles a desarrollar las facultades para discernirla y amarla; acompañarlos en la disciplina para vivir conforme a esa verdad. El ambiente es hostil. Las agencias públicas, incluidos los colegios, creen que ser laicas es lo avanzado.
Finalmente, como abogados, debemos estar particularmente activos frente a los ataques a la religión en el terreno legal. Puedo asegurarles que, mientras yo sea Attorney General, el Departamento de Justicia estará en primera fila en la lucha por nuestra más apreciada libertad, la libertad para vivir de acuerdo a nuestra Fe.
* Texto original en inglés, tomado de la página oficial del Departamento de Justicia de los Estados Unidos de América. Solicitamos autorización para la reproducción y se nos respondió que el documento es de derecho púbico.
** Comentarios ante la Law School y el Nicola Center for Ethics and Culture de la Universidad de Notre Dame, South Bend, Indiana. 11 de octubre de 2019.
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